Érase una vez una farmacia

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Es en la edad media donde tiene sus orígenes la profesión de farmacéutico («boticario»).

Durante mucho tiempo, la medicina y la farmacia permanecieron profesionalmente unidas. Los médicos tenían sus propias tiendas de medicamentos. Allí elaboraban y vendían sus remedios, y era frecuente que cada médico tuviese sus remedios secretos, que él mismo elaboraba y eran la base de su prestigio.

Pero paulatinamente van aumentando sus conocimientos y la complejidad de las fórmulas. El médico deja de serle práctico y ventajoso el ejercicio de la farmacia, que le impide dedicarse a la clínica. Así que delega funciones en subordinados que van adquiriendo conocimientos hasta transformarse en artesanos especializados. Estos se convierten en maestros boticarios que enseñarán a aprendices transmitiendo sus conocimientos. Esta diferenciación se da gracias a la aparición de las organizaciones gremiales, naciendo así la profesión del boticario.

Como sabemos, los árabes le dieron gran impulso a la farmacia y además la organizaron en su estructura, estableciendo las primeras farmacias privadas en Bagdad hacia finales del siglo VIII; escribieron las primeras farmacopeas; preservaron la sabiduría grecoromana pero le añadieron, gracias a sus recursos naturales, jarabes, confecciones, conservas, aguas destiladas y líquidos alcohólicos.

Hoy en día muchos de esos remedios se siguen utilizando. Es importante saber lo que tomamos y para que lo hacemos, se recomienda el asesoramiento profesional y de personal formado en la materia a la hora de adquirir estos productos, pues cada persona es un universo y no todos los preparados naturales son adecuados para todo el mundo y no todos los productos naturales son buenos.

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